sábado, 1 de septiembre de 2007

Reseña: "Movimiento social y..."

"Movimiento social y politización popular
en Tarapacá: 1900-1912",
Pablo Artaza Barrios, Concepción, Ediciones Escaparate, 2006.

Pablo Artaza pertenece a la nueva generación de historiadores que busca aportar visiones frescas sobre tópicos ya tratados. Para ello, ha centrado su objeto de estudio en los movimientos sociales e impulsos asociativos de agrupaciones obreras vinculadas al salitre, publicando numerosos artículos al respecto. La presente obra parece ser una versión mejorada (y con añadiduras) de su tesis de Magíster del año 2001, conservando el título y sólo omitiendo del original la frase “conciencia de clase”, con el objeto quizá de no pretender condicionar desde un comienzo la opinión del lector.
Quienes conocemos las investigaciones de Artaza sabemos su valía en el oficio. A diferencia de otros autoreferidos “historiadores sociales”, opta por guiar sus estudios en torno a fuentes de escaso uso, en desmedro de la reiteración majadera de conceptos extemporáneos. Su revisión de prensa obrera, por ejemplo, sobresale tanto por su minuciosidad como por su capacidad de análisis, encuadrándose en un contexto muy bien armado. Su estilo de redacción es también claro y asertivo, lo que se agradece considerando lo complejo que por momentos resulta el tema.
Mis objeciones respecto al trabajo de Artaza pasan, esencialmente, por una cuestión de enfoque en un área que aún se encuentra en etapa primaria de investigación. En el capítulo primer logra desentrañar la naturaleza del movimiento obrero, con sus relevancias y contradicciones, privilegiando el análisis de la Mancomunal de obreros de Iquique en desmedro de otras asociaciones dispersas. La idea de cuantificarlas para demostrar su fuerza le hace omitir la relevancia particular de cada una de ellas. Más allá de este detalle, Artaza, en su concepción crítica, no victimiza ni es condescendiente con el movimiento. Porel contrario, deja entrever cierta ingenuidad por parte de la Mancomunal y los mismos obreros en circunstancias relevantes para el sector, como las elecciones de 1906, o en el manejo mismo de la huelga de diciembre de 1907.
Aunque no hay mayor conexión con el estudio previo, el capítulo segundo resulta interesante no tanto por su débil inicio (una insuficiente “lectura historiográfica” de la matanza), sino por que esboza la reacción inmediata de la prensa del Norte Grande, de las autoridades militares y políticas involucradas, y del Congreso Nacional, inmediatamente después de la masacre. Su valor radica en el hecho de ser, hasta donde tengo entendido, el primero en intentar conocer los instantes posteriores a los sucesos, aunque no se haga mención a la censura impuesta por el gobierno desde ese mismo día a la prensa nacional, y la desaparición de los expedientes de los juicios seguidos contra los cabecillas del movimiento.
El capítulo tercero, “La represión del movimiento social y la politización popular”, invita al debate. Resulta a mi juicio arriesgado señalar que a raíz de los sucesos de la Escuela Santa María se generó una profundización de la conciencia de clase, y que eso, a su vez, estimularía una posterior politización en sectores obreros. El comentario no sólo parece ajeno al sentido mismo de la obra, sino que se demostraría en la nula representatividad política de personas ligadas al movimiento, no tanto a esferas mayores, como parlamentarios, y a rangos más básicos, como regidores o alcaldes en la región. Ello demostraría el escaso arraigo de las ideas y métodos propuestos por sus dirigentes. Por lo demás, conocida es la ambigüedad doctrinaria de los protopartidos obreros y la escasa disciplina de sus afiliados, la que nace no tanto de su formación cultural y sí de la necesidad de subsistir en un territorio como Tarapacá, donde la prioridad fue la sobrevivencia por sobre cualquier otro interés. El fin de los órganos asociativos en la zona parece tener más relación con la falta de compromiso de sus afiliados (motivados por las premuras económicas derivadas del tipo de cambio y el costo de la vida), que por una planificada hostilidad oficial contra el movimiento.
La abundante historiografía relativa a la matanza de 1907 adolece hasta hoy de un análisis desapasionado. Esto radica fundamentalmente en el desprecio que sus estudiosos han dado a otro tipo de fuentes, como la documentación oficial y prensa no obrera. Artaza ciertamente lo hace, aunque en un notorio desequilibrio de prioridades. En el caso de los archivos de la Intendencia de Tarapacá, por ejemplo, el autor los sitúa en el Palacio Astoreca, donde estuvieron efectivamente hasta hace seis años, en un desorden tan descomunal como desmotivante. Es posible que se haya enfrentado a ellos en esas condiciones. Desde entonces, hasta hoy, están en perfecto estado, catalogados y aptos para su revisión en el Archivo Regional de Tarapacá, en dependencias de la Universidad Arturo Prat.
Por otro lado, la sobrevalorización de la propaganda obrera ha desvirtuado el sentido mismo del movimiento. La creación de bandos antagónicos, de explotados y explotadores, como indica Artaza, impide ver el trasfondo de la problemática, el contexto social y económico, e incluso la real trascendencia de los hechos. No olvidemos que la matanza de la Escuela Santa María surge como tema de estudio y debate sólo a partir del apogeo de la historiografía marxista, con un fin meramente instrumental, y exaltando más el número de muertos que las ideas involucradas. Ha contribuido a exacerbar el mito la difusión de emblemáticos cantos populares y novelas de rápida lectura, capaces de impactar la sensibilidad de aquellas personas y grupos carentes hoy de identidad propia, necesitados de símbolos a los cuales asirse. Conocido ya, con certeza, que el número de víctimas fue bastante menor al señalado por los apologistas del movimiento, vale la pena preguntarse si el impacto de aquel hecho hubiese sido igual, de no haberse falseado el número de caídos.
Por lo mismo, resulta alarmante comprobar que, comenzado el año del centenario de los sucesos, comiencen desde ya ha anunciarse todo tipo de actividades conmemorativas bajo un marcado sesgo político, impulsadas por historiadores e intelectuales de variadas tendencias. Ciertamente el rol de quien investiga la historia de forma sistemática y seria, dista mucho del mero oficio del cuentista que, al llenar de flores negras un territorio donde no las hay, busca en convertirse en panfletario y guía redentor de ideas que jamás cuajaron del todo en el sentir colectivo, más allá de los afanes ególatras individuales.
"Movimiento social…" es una muy buena investigación histórica y, por ello, un saludable ejercicio de superación de las falsificaciones que abundarán el año en curso.

Carlos Donoso Rojas
Universidad Andrés Bello

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