miércoles, 16 de julio de 2008

Reseña: "La Memoria Rebelde, ..."

La Memoria Rebelde, testimonios sobre el exterminio del MIR: de Pisagua a Malloco, 1973-1975, Amoros, Mario. Ediciones Escaparate, Concepción, 2008.

Cuando hablamos del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), no sólo estamos hablando de la historia y trayectoria de un grupo de izquierda que fue decisivo dentro de nuestra historia reciente; hablamos también de una forma de lucha cotidiana dada por una parte de la sociedad chilena reprimida, olvidada, marginada. Hablamos también de hombres y mujeres que fueron y son combatientes en acción y palabra, en donde la teoría no fue argumento de lucha, sino que fue el sustento de las acciones que se llevaron a cabo durante las décadas de 1960 y 1970.

Durante la década de 1960 Latinoamérica asiste a un proceso de revoluciones que cambiarán sustancialmente la historia continental, y también nacional. Los ejemplos de las luchas emancipadoras del imperio dadas de Cuba, Nicaragua y Guatemala, así como Vietnam, la revolución Argelina e Indonesia se constituyen en movimientos claves para los revolucionarios americanos que ven en estos momentos de la historia una necesidad de actuar en contra de la pobreza, la explotación y opresión del patrón; así como del capitalismo que históricamente había atentado contra la integridad de nuestros pueblos. Bajo esta premisa es que surgen numerosos grupos revolucionarios como el ELN, el ERP, los Tupamaros y el MIR que exploran la vía político militar para la consecución de una Revolución Proletaria que termine con los vicios propios del capitalismo imperante… del imperio que reduce a cenizas las esperanzas nacionales y continentales una y otra vez a lo largo del siglo.

En Chile, esta década está marcada por las huelgas generalizadas provenientes de los obreros que veían en los miserables salarios que recibían una forma de opresión y poca dignidad con la que eran tratados como seres humanos. Los partidos políticos de izquierda, tradicionales sostenedores de estas luchas reivindicativas estaban sumidos en la intención de llegar al poder gubernamental, habían surgido caudillos que, contra lo propuesto por sus partidos en las bases fundamentales, trataron de acaparar puestos en el Congreso Nacional. Hacia 1962 había cerca de 34 grupos que se consideraban contrarios a esta realidad pero su capacidad organizativa no pasaba del espacio local. El FRAP (Frente de Acción Popular) y el PC dedicaban esfuerzos para tratar dentro de la legitimidad que les otorgaba ser partidos y coaliciones subsanar estos conflictos.

Dentro de estos grupos revolucionarios surge la Vanguardia Revolucionara Marxista y el PSP (Partido Socialista Popular) que serán el antecedente al MIR; en ellos se agrupaban estudiantes y trabajadores de Concepción y Santiago escindidos del PC y el PS tradicional.

En 1965 y tras un paciente análisis de la contingencia nacional dichos grupos (VRM y PSP) conciben la idea de unificar a estos grupos dispersos bajo la consigna de que la lucha revolucionaria debe ser político-militar, es decir, dar forma concreta, militarizada, armada a la revolución que hasta ese momento sólo era una idea romántica surgida de los ejemplos de Fidel Castro, Mao Tse Tung y por supuesto el Comandante Che Guevara. La intención entonces, es crear una revolución que organice al pueblo desde las bases, trabajando con ellos, creando sociedad y actuando frontalmente; por lo tanto, considerar el elemento militar sería sólo una continuación de la lucha de clases surgida a comienzos de siglo, viniendo a complementar la actividad política de efervecía en aquella época.

El 15 de agosto de 1965, se funda el MIR como consecuencia de esta forma de mirar la revolución; sin embargo no es hasta 1967- año en el que es elegido Secretario General del MIR Miguel Enríquez-, durante el Tercer Congreso Nacional del Movimiento que éste toma forma y practica lo que será su programa. En primer lugar para derrotar la miseria y explotación habría que desarmar al enemigo (la burguesía nacional y extranjera y su aparato estatal); luego, fortalecer sus propias fuerzas (proletariado y sus afiliados, campesinado, pequeña burguesía, subproletariado, personal de tropa de las FF.AA, estudiantes, etc). Sólo enraizándose en las masas o “propias fuerzas” se podría efectivamente llegar a crear a este “Hombre Nuevo” que prometía el Che, un hombre nuevo con valores que incluso traspasaran las propias fronteras nacionales y se hiciera latinoamericano: solidaridad, disciplina férrea, organización y compromiso real eran la propuesta del MIR.

A estas alturas de la década había asumido la presidencia Eduardo Frei Montalva, un demócratacristiano que reprime cualquier intento del pueblo por emanciparse del yugo patronal que cargaban desde siempre, ofrecía una “Revolución en libertad” que era corporativista, populista y proclive al capitalismo. Entonces ¿era una verdadera Revolución como la que proponían los revolucionarios miristas? Absolutamente no, de ahí que se hace necesario e imprescindible efectuar lo más férreamente posible este programa político. Coinciden en este empeño el MTR (Movimiento de Trabajadores Revolucionarios), el FER (Frente de Estudiantes Revolucionarios) y el MPR (Movimiento de Pobladores Revolucionarios) quienes a través de los cuadros políticos que conforman harán las necesarias convocatorias a sus respectivos sectores para efectuar las corridas de cercos en los campos de Chile, la reforma universitaria que impediría la infra educación que recibían los jóvenes del país y por supuesto, apelarían por la obtención de una vivienda digna.

A partir de 1969 el MIR toma forma en las acciones directas en tomas de terreno, en las tomas de fábricas en que se explotaba a los obreros, expropiaciones de bancos, organización de pobladores. Todo esto estuvo a cargo de los GPM (Grupos Político Militares) que eran pequeñas agrupaciones que actuaban en sectores determinados con alguna autonomía del Comité Central. Es precisamente aquí en donde la Revolución empieza a tomar más fuerza porque la sociedad chilena –incluida la izquierda tradicional– comienzan a tomar conciencia de la importancia del MIR como alternativa revolucionaria, porque ya ni siquiera se juzgan o analizan las viejas formas de lucha, ahora se actúa verdaderamente en donde se debe: en la calle y con el pueblo.

Muchos miristas caen presos por estas acciones, entre ellos Sergio Pérez Molina, otros son relegados dentro del país y el movimiento es concebido por el gobierno como “clandestino”; sin embargo esto, sus acciones continúan con más fuerza, su periódico “El Rebelde” (1968) continúa en circulación a pesar de esta clandestinidad y la tarea de crear conciencia dentro del pueblo se hace aun más fuerte.

En 1970 se produce la elección presidencial de Salvador Allende y con ello el advenimiento de la UP (Unidad Popular), un programa de gobierno que prometía a los trabajadores y demás fuerzas sociales una posibilidad real de mejorar su estatus dentro de la sociedad. El MIR aplaude esta elección, de hecho cesan las acciones armadas para el buen funcionamiento del gobierno a pesar de mantenerse crítico en la manera en la que se vinculaba con ciertos sectores políticos. A fines de ese año el MIR sale de la clandestinidad y se da a la tarea de unificar a la izquierda; esta vez no como críticos de su actuación en cuanto a partidos políticos, sino como manera de que esta “vía pacífica al socialismo” no se transformara en una posibilidad más para la burguesía de mantener sus intereses a salvo. Fue así que discutió y denunció todos los errores de la UP pues concedió espacios al partido Demócrata Cristiano y a las Fuerzas Armadas al integrarlos en parte al gobierno, asuntos inconcebibles para el MIR y que, con razón, podrían llevar a la desestabilización total de la construcción socialista que se había hecho hasta ese momento. Años más tarde Miguel Enríquez, desde la clandestinidad diría que esta forma de actuar de la UP hacia un socialismo dentro del modelo burgués habría sido el por qué del fracaso en el proyecto. El Movimiento veía en esta etapa de construcción que estaba haciendo la UP un proceso prerrevolucionario en el que el proletariado daría impulso a sus demandas de forma organizada, mejor estructurada en calidad y no tanto en cantidad.

La lucha continuó con “El Programa del Pueblo” que pretendía sobre todo crear conciencia de clase, mejorar la organización interna de la clase trabajadora y la combatividad del pueblo.

Tal vez estos elementos fueron los gatillantes para que desde aquel fatídico y vergonzoso 11 de septiembre de 1973, el MIR fuera perseguido, reprimido y casi aplastado en su totalidad. En noviembre de ese año, la Comisión Política del MIR haría una declaración que resume su historia hasta ese momento: “Nacimos en 1965, existimos desde 1967, actuamos desde 1969 y entre 1970 y 1973 logramos construir una vigorosa, solidaria y joven organización, arraigada ya en casi todas las capas del pueblo, con una estructura político-militar relativamente sólida, constituida ya una estrecha coordinación y solidaridad revolucionaria en el Cono Sur de América Latina entre el ERP, los Tupamaros, el ELN que, hoy rinde ya sus frutos, habiendo atravesado ya difíciles experiencias: inexperiencias, clandestinidad en 1969, ensanchamiento político y de masas entre 1970-1973, los combates de septiembre y, hoy, la represión. La ilusión reformista de la UP no nos involucra, la deserción provocada por su fracaso sólo nos rasguña. Hemos constituido orgánica, política e ideológicamente una generación de revolucionarios profesionales, que hoy son una posibilidad revolucionaria abierta en Chile y en el Cono Sur. La situación chilena nos ofrece un desafío que somos y debemos ser capaces de vencer con una táctica adecuada, con serenidad, valor y audacia lo lograremos.”

Después de septiembre, Chile asiste quizá a su periodo más trágico, violento, vergonzoso, impresentable, y porqué no decirlo inhumano de su historia reciente. La dictadura no sólo rompió con la ilusión de un país más justo y solidario, también destruyó miles de vidas ya sea por muerte, desaparición, tortura o exilio. Asesinó en vida los proyectos de cientos de chilenos militantes del MIR. Casi toda la dirección central fue asesinada en forma barbárica; el primero de ellos en morir en la resistencia fue Bautista van Schouwen al ser apresado en diciembre de 1973, luego siguieron las persecuciones de Sergio Pérez Molina, Lumi Videla y la muerte en combate de Miguel Enríquez el 5 de octubre de 1974, además de ser apresada su compañera que estaba embarazada…

Estas muertes o desapariciones enlutaron el espíritu del MIR, sin embargo, la consigna que habían proclamado en 1973 “El MIR no se Asila, hay que resistir” continuó siendo la bandera de lucha roji-negra con la que miles de compañeros y compañeras prosiguieron su lucha contra la enferma mentalidad de los aparatos de estado que los perseguían. Miguel había reorganizado a los combatientes en la clandestinidad y frente a su muerte hubiera sido muy lógico que el movimiento desapareciera; no obstante durante los 17 años que duró el martirio de tener a Pinochet como “presidente de la república”, el MIR continuó su lucha en la clandestinidad. Basta recordar a Jecar Neghme “el turco” que cayó el 4 de septiembre de 1989.

Hacer una síntesis de la importancia del MIR en nuestra historia y resumirla en cuartillas no es tarea fácil, constituye un desafío de proporciones pues no sólo sus consignas aun resuenan en nuestra memoria, sino que sobre todo porque la misma lucha que comenzó en la década de 1960 cobra fuerza a diario cuando vemos la pobreza y marginalidad en la que se ha sumido a nuestro país. Todavía hay quienes luchan a diario por un país más justo y solidario, todavía creemos en que es posible que una vanguardia sea quien reagrupe a las fuerzas sociales y vuelvan a la vida los proyectos y anhelos de aquella maravillosa juventud que rindió la vida cuando algunos de nosotros todavía no éramos ni siquiera “proyectos” para nuestros padres.

Es por eso que el libro “La memoria Rebelde” del colega Mario Amorós (colega en el concepto español y chileno) cobra más importancia que nunca, porque el nos propone en su escrito una forma sensible, preciosa y orgullosa de recordar a nuestros compañeros y compañeras del MIR. Su texto es una oda de las aspiraciones que movieron a Humberto, Alfonso, Lumi, Sergio, Miguel y los hermanos Pérez Vargas vistos desde la perspectiva humana y política. Ofrece memorias preñadas de recuerdo y de enseñanza para las nuevas generaciones. Quizá nunca encontremos los cuerpos de los miristas que faltan (y hacen tanta falta), quizá ningún homenaje pueda realmente plasmar en su totalidad sus vidas, pero estas instancias de debate académico al que nos invita Mario es una aproximación a sus vidas… de alguna manera, a nuestras vidas.

Ya no luchamos por las “corridas de cercos”, tal vez ahora no nos enfrentamos al patrón de la fábrica –porque nuestra industria ya no tiene caras visibles, están casi todas corporativizas– y nuestra educación vaya por un rumbo en el que parece mejor la competencia entre los estudiantes que una lucha conjunta por una mejor calidad; sin embargo, todos aquellos que abrazamos el compromiso de nuestros compañeros y amigos que ya no están, creemos que “les asesinaron la carne pero no sus ideas”, porque su lucha, su perseverancia y su combatividad viven en nosotros, los depositarios de sus enseñanzas y sus inmensos valores.

Durante 10 años de lucha desde su fundación hasta 1975 cuando incluso la prensa extranjera se encargó de desprestigiar al MIR en la llamada “Operación Colombo”, en donde supuestamente los miristas se habían asesinado entre ellos por rencillas internas, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria supo sobreponerse a las adversidades que le impuso una derecha siempre fascista, una izquierda “tibia” que no tuvo el coraje de enfrentar los problemas sociales de manera frontal y sobre todo cuando la dictadura trató de exterminarlos; el MIR propuso nuevas formas de lucha, una revolución que no fuera de las ideas sino de la acción, siguió el ejemplo del Che, apoyó desde las bases a nuestro pueblo oprimido y nos legó un ejemplo del que estamos orgullosos.

Me permito hacer referencia al himno “Trabajadores al poder” que fue el himno del MIR para finalizar esta pequeña contribución: “En los campos, caminos y pueblos / ya se ven las banderas surgir / son banderas con el rojo y negro / Patria o Muerte, Vencer o Morir. / No es esclavo el hombre que lucha / por unir a la clase social / que destruya el poder de los ricos / que nos roban a diario el pan. / En la lucha contamos las horas / a los ricos les llega su fin / porque estamos seguros de triunfar / con el pueblo conciencia y fusil.”

Este texto más que un prólogo, es un homenaje a todos aquellos combatientes que soñaron con una América libre, a todos aquellos que rindieron su vida en las garras de la dictadura criminal de la que nos sentimos avergonzados, porque tal como ellos, hoy seguimos luchando, con su ejemplo de su conciencia social, seguimos trabajando con el pueblo y para el pueblo, para que algún día dejemos de ser esclavos de aquellos que a diario nos roban el pan.

Claudia Videla Sotomayor
Historiadora


lunes, 3 de septiembre de 2007

Reseña: "De mujer independiente a..."

De mujer independiente a madre. De peón a padre proveedor.
La construcción de identidades de género en la sociedad popular
chilena. 1880-1930
.
Alejandra Brito Peña
Ediciones Escaparate, Colección Historia Vital, Concepción, 2005.

Durante las últimas décadas del siglo XIX la oligarquía nacional
consolidó el proceso de modernización capitalista, que vino a sustituir
por completo el modo de producción colonial. Este proceso,
que no estuvo exento de dificultades, produjo una mayor inversión en la
producción industrial, a la vez que una ampliación territorial hacia el norte
salitrero y hacia las tierras agrícolas del sur. Esta situación que cimentó la
urbanización, el desarrollo agrícola, los transportes y la infraestructura en
general, necesitó de una mano de obra nueva, ya no con las características
que el modo de producción colonial había instaurado, sino con características
propias de la proletarización capitalista. En esta situación, comprender
“cómo fueron surgiendo formas concretas que determinaron los
comportamientos esperados para los sujetos populares” (p. 13), es el
objetivo del texto que comentamos.
Bajo un análisis con perspectiva de género, el texto nos habla de la construcción
de estereotipos acerca de los roles que debían cumplir hombres y
mujeres populares, basados en una división sexual del trabajo, en donde
espacios público y privado encontraron una estricta separación, asignando
“naturalmente” el primero a los varones y el mundo doméstico a las mujeres
como construcciones ahistóricas.
La autora, que forma parte de las nuevas generaciones de historiadores
nacionales, ha desarrollado su labor historiográfica centrada en las identidades
de género de los sujetos populares, en un primer momento analizando
la historicidad de las mujeres populares. Aunque con este texto busca
integrar su labor intelectual dando una mirada al desarrollo de la sociedad
popular chilena de fines del siglo XIX y comienzos del XX, desde la construcción
identitaria/genérica tanto de mujeres como de hombres.
El texto se encuentra dividido en cuatro capítulos, entregándonos el primero
una breve síntesis de los conceptos teóricos que fundamentan su reflexión
historiográfica. Parte con el concepto de “identidad”, ya que la
historiografía social lo ha utilizado “tratando de explicar a través de él, la
constitución de los sujetos sociales y su accionar concreto en el devenir histórico”
(p. 21). Para su definición recoge los aportes de distintas disciplinas
sociales, con el objetivo de lograr un concepto útil a la comprensión de los
fenómenos socio-históricos que estudia. Parte con la constatación, desde
los planteamientos de Berger y Luckmann (entre otros autores) que la identidad
no es un proceso individual, sino que más bien es una construcción
compleja que surge desde la experiencia colectiva. En un doble sentido (según
Pedro Morandé) en la identidad está la idea de “otredad”, o sea, en el
definirse identitariamente a partir de los otros, aunque también debe
entenderse en un sentido de pertenencia o de participación que permite la
perspectiva histórica, posición desde donde Morandé se sitúa. Para Jorge
Larraín tres son los elementos que constituyen la identidad, el primero es la
identificación que de sí mismos hacen los sujetos de acuerdo al contexto
social en que se desenvuelven, además de elementos materiales que le entregan
al sujeto mecanismos vitales de autorreconocimiento y finalmente, la
existencia de otros, de sus opiniones, expectativas o actitudes acerca de los
sujetos, terminan por definir su identidad.
La historiadora parte de la idea de concebir la identidad de los sujetos
sociales como una construcción social en un contexto y con una experiencia
histórica determinada, “ello implica que al modificar los entornos
socioculturales, se impulsa también un proceso de transformación de las
identidades” (p. 25), de ahí la importancia de relacionar las propias experiencias
de los sujetos populares con los procesos y estímulos externos, que
en nuestro caso la oligarquía nacional propició.
La segunda parte de este capítulo nos habla del aporte conceptual del
“género” como herramienta de análisis en la labor historiográfica, permitiendo
reconocer la forma (temporal y espacial) como se construyen las relaciones
entre los sexos y como se constituyen desde allí los sujetos. En un primer
momento enfrentar la historia de las mujeres era ir en contra de una
visión tradicional que privilegiaba en las mujeres su condición biológica
(pre-social), situándolas en el ámbito de lo doméstico, la familia y la reproducción.
Hoy el desafío se plasma en investigar cómo se relacionan y construyen
las identidades de género, sus modificaciones y continuidades en el
tiempo. Incorporar al género en el análisis y en especial a las mujeres como
sujetos con una historicidad propia, ha significado reescribir la historia, cuestionando
“verdades” inmutables, reconstruyendo el pasado y modificando el ejercicio
historiográfico al dar nuevas lecturas a las fuentes con que se
trabaja. Para esta investigación, releer las relaciones entre hombres y mujeres
populares implica reconocer también su devenir histórico y las prácticas
de resistencia a los modelos sociales y culturales que “permiten la
institucionalización de ciertas formas de dominación social que involucra a
las personas desde su condición genérica” (p. 33).
En el caso de América Latina las identidades de género se relacionan
partiendo de la base de considerar el choque cultural que produjo la conquista
y colonización, como origen de donde nace el mestizaje como proceso
sociocultural fundante del nuevo orden social. Las indígenas convertidas
en objetos, dan paso a la mujer-madre-sola y al desarrollo del huacho, víctima
del padre ausente. El mito mariano redime la violación inicial caracterizando
a las mujeres en la abnegación y la sumisión. Los hombres latinoamericanos,
en tanto, se construyen en la ausencia de patrones masculinos,
víctimas de un padre ausente y de la imagen de una madre fuerte y siempre
presente.
Al abordar el contexto histórico por donde transitaron los sujetos populares,
vemos que hasta mediados del siglo XIX habían gestado un proceso de
campesinización (según lo planteado por Gabriel Salazar), por lo cual “muchos
campesinos con sus familias lograron convertirse en propietarios de
tierra de mediana y pequeña extensión, fueron labradores y como tales
desarrollaron empresas productivas” (p. 39), ocuparon tierras, las arrendaron
al Fisco o a los hacendados. Quienes no se desarrollaron como labradores o
inquilinos se constituyeron en una masa peonal flotante trabajando de forma
temporal. Pero el proceso de modernización capitalista necesitaba de
una nueva mano de obra, más afín con la sujeción a la faena, el cumplimiento
de jornadas laborales y el abandono de proyectos de autonomía
empresarial. La elite capitalista persiguió desde entonces la proletarización
de las masas populares.
La característica principal de la proletarización consistió básicamente en
el disciplinamiento de la mano de obra, confrontándose la experiencia histórica
de los sujetos populares con las nuevas formas serviles de relacionarse
con el capital. Se recurrió entonces a limitar el libre tránsito, a la utilización
de papeletas de enganche, a los azotes y “a la obligatoriedad de dormir
con vigilancia constante en las mismas faenas” (p. 47). Frente a la evidente
represión el peón se hizo rebelde y el alcohol, la prostitución, el robo y el
crimen fueron parte de sus características.
En un análisis particular, mujeres y hombres populares vivieron este proceso
diferenciadamente. Las mujeres populares, luego del proceso de campesinización,
se instalan en ranchos en los bordes de las ciudades, realizando
labores de subsistencia, cultivando huertos y desarrollando trabajos
artesanales. Cuando, apelando a su calidad de madres solas con varios hijos,
lograron que las autoridades le entregaran un sitio dentro de la ciudad, se
dedican a una gran diversidad de oficios: son cigarreras, sombrereras, costureras,
lavanderas, comerciantes callejeras, etc. Siendo la calle un lugar frecuentado
con naturalidad por las mujeres populares. Los varones, en tanto,
desarrollaron como constante un proceso de trashumancia, que representaba
espacios de autonomía e independencia fundamentales en la constitución
de su identidad. El llamado “vagabundo mal entretenido”, que se identificó
histórica y simbólicamente con el “huacho”, fue el centro de la identidad
masculina, dispuestos a realizar cualquier oficio eran calificados sencillamente
como “peones-gañanes”. En la vida cotidiana no establecían relaciones
familiares permanentes, ni se sujetaban a espacios sociolaborales determinados.
¿Cómo se relacionaron entonces mujeres y hombres populares?
Teniendo por una parte que la estructura socioeconómica no facilitaba
las uniones permanentes e identitariamente ambos sujetos están marcados
por su autonomía, lógicamente no desarrollan pautas de comportamiento
de una familia tradicional, sino más bien, poseen relaciones de pareja en
donde la flexibilidad y la libertad son una condición fundante.
Sobre las consecuencias de esta dicotomía (modernización capitalista vs.
historicidad de los sujetos populares) surge a fines del siglo XIX y comienzos
del XX lo que se denominó la “cuestión social”, al hacerse evidente el
hacinamiento, la insalubridad, la mortalidad infantil o la delincuencia en
que vivía el pueblo. La principal característica de esta situación eran los
“conventillos”, que eran pésimas construcciones destinadas a la habitación
popular, con problemas constantes para la provisión de agua y la extracción
de basuras, en donde se vivía en condiciones de hacinamiento. Ante esta
situación la elite (recordando la huelga de trabajadores de 1890) se preocupó
en buscar soluciones a los problemas más concretos, para mantener “el
sistema social que había logrado estabilizar durante el siglo XIX” (p. 87).
Esta crisis generalizada se explicaba debido a la conducta de las clases populares,
por su ignorancia, corrupción y vicios. Volviéndose esta situación propicia
para la introducción “de ideologías extranjeras, las cuales pretendían
socavar los pilares de la sociedad chilena” (p. 93). La respuesta de la elite se
focalizó desde la caridad cristiana y la filantropía, preocupados de contener
la conciencia obrera que ya se gestaba desde el socialismo y el anarquismo.
La principal explicación de la “cuestión social” se concentró particularmente
en la “ausencia de modelos familiares que sustentaran prácticas cotidianas
moralizadoras y reproductoras de un cierto orden social” (p. 109) y
en ella la familia tradicional tenía un papel fundamental. Caracterizada por
ser patriarcal, a cargo del padre como jefe de familia, siendo subordinados a
él la esposa-madre (vista como mujer virtuosa) y los hijos e hijas. A pesar
que en la práctica haya sido de difícil imposición, discursivamente se mantuvo
como modelo para la “regeneración del pueblo”. La familia popular,
incapaz de mantenerse con las condiciones materiales que la relación con el
capital les entregaba, no había desarrollado vínculos familiares estables, siendo
la regla general la existencia de familias compuestas de mujeres y niños/as,
esposos alcohólicos o ausentes, amantes inestables y la llegada de hijos e
hijas indiscriminadamente.
La forma de disciplinar estas relaciones fue construyendo el discurso sobre
la familia obrera, en donde las mujeres populares asumirían el rol de madres/
dueñas de casa, opacando su independencia y exaltando la domesticidad,
encerrándolas en lo privado. Bajo este discurso en los inicios del siglo
XX se desarrollaron diversas políticas educativas y en los centros productivos
se coercionó su imposición. A los hombres populares se les impuso, en
cambio, la sedentarización como condición básica del control social y el
acatamiento del modelo de padre-proveedor al mando de una familia.
En síntesis, obligando a hombres y mujeres populares al cumplimiento
de roles de género ajenos a su experiencia histórica, se tensionaron al máximo
las relaciones sociales y comenzó el desgarramiento paulatino de la historicidad
de los sujetos populares.

Revista Atenea 494, II Semestre 2006.
Carlos Vivallos, Profesor de Historia, Univerdidad de Concepción.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Reseña: "Movimiento social y..."

"Movimiento social y politización popular
en Tarapacá: 1900-1912",
Pablo Artaza Barrios, Concepción, Ediciones Escaparate, 2006.

Pablo Artaza pertenece a la nueva generación de historiadores que busca aportar visiones frescas sobre tópicos ya tratados. Para ello, ha centrado su objeto de estudio en los movimientos sociales e impulsos asociativos de agrupaciones obreras vinculadas al salitre, publicando numerosos artículos al respecto. La presente obra parece ser una versión mejorada (y con añadiduras) de su tesis de Magíster del año 2001, conservando el título y sólo omitiendo del original la frase “conciencia de clase”, con el objeto quizá de no pretender condicionar desde un comienzo la opinión del lector.
Quienes conocemos las investigaciones de Artaza sabemos su valía en el oficio. A diferencia de otros autoreferidos “historiadores sociales”, opta por guiar sus estudios en torno a fuentes de escaso uso, en desmedro de la reiteración majadera de conceptos extemporáneos. Su revisión de prensa obrera, por ejemplo, sobresale tanto por su minuciosidad como por su capacidad de análisis, encuadrándose en un contexto muy bien armado. Su estilo de redacción es también claro y asertivo, lo que se agradece considerando lo complejo que por momentos resulta el tema.
Mis objeciones respecto al trabajo de Artaza pasan, esencialmente, por una cuestión de enfoque en un área que aún se encuentra en etapa primaria de investigación. En el capítulo primer logra desentrañar la naturaleza del movimiento obrero, con sus relevancias y contradicciones, privilegiando el análisis de la Mancomunal de obreros de Iquique en desmedro de otras asociaciones dispersas. La idea de cuantificarlas para demostrar su fuerza le hace omitir la relevancia particular de cada una de ellas. Más allá de este detalle, Artaza, en su concepción crítica, no victimiza ni es condescendiente con el movimiento. Porel contrario, deja entrever cierta ingenuidad por parte de la Mancomunal y los mismos obreros en circunstancias relevantes para el sector, como las elecciones de 1906, o en el manejo mismo de la huelga de diciembre de 1907.
Aunque no hay mayor conexión con el estudio previo, el capítulo segundo resulta interesante no tanto por su débil inicio (una insuficiente “lectura historiográfica” de la matanza), sino por que esboza la reacción inmediata de la prensa del Norte Grande, de las autoridades militares y políticas involucradas, y del Congreso Nacional, inmediatamente después de la masacre. Su valor radica en el hecho de ser, hasta donde tengo entendido, el primero en intentar conocer los instantes posteriores a los sucesos, aunque no se haga mención a la censura impuesta por el gobierno desde ese mismo día a la prensa nacional, y la desaparición de los expedientes de los juicios seguidos contra los cabecillas del movimiento.
El capítulo tercero, “La represión del movimiento social y la politización popular”, invita al debate. Resulta a mi juicio arriesgado señalar que a raíz de los sucesos de la Escuela Santa María se generó una profundización de la conciencia de clase, y que eso, a su vez, estimularía una posterior politización en sectores obreros. El comentario no sólo parece ajeno al sentido mismo de la obra, sino que se demostraría en la nula representatividad política de personas ligadas al movimiento, no tanto a esferas mayores, como parlamentarios, y a rangos más básicos, como regidores o alcaldes en la región. Ello demostraría el escaso arraigo de las ideas y métodos propuestos por sus dirigentes. Por lo demás, conocida es la ambigüedad doctrinaria de los protopartidos obreros y la escasa disciplina de sus afiliados, la que nace no tanto de su formación cultural y sí de la necesidad de subsistir en un territorio como Tarapacá, donde la prioridad fue la sobrevivencia por sobre cualquier otro interés. El fin de los órganos asociativos en la zona parece tener más relación con la falta de compromiso de sus afiliados (motivados por las premuras económicas derivadas del tipo de cambio y el costo de la vida), que por una planificada hostilidad oficial contra el movimiento.
La abundante historiografía relativa a la matanza de 1907 adolece hasta hoy de un análisis desapasionado. Esto radica fundamentalmente en el desprecio que sus estudiosos han dado a otro tipo de fuentes, como la documentación oficial y prensa no obrera. Artaza ciertamente lo hace, aunque en un notorio desequilibrio de prioridades. En el caso de los archivos de la Intendencia de Tarapacá, por ejemplo, el autor los sitúa en el Palacio Astoreca, donde estuvieron efectivamente hasta hace seis años, en un desorden tan descomunal como desmotivante. Es posible que se haya enfrentado a ellos en esas condiciones. Desde entonces, hasta hoy, están en perfecto estado, catalogados y aptos para su revisión en el Archivo Regional de Tarapacá, en dependencias de la Universidad Arturo Prat.
Por otro lado, la sobrevalorización de la propaganda obrera ha desvirtuado el sentido mismo del movimiento. La creación de bandos antagónicos, de explotados y explotadores, como indica Artaza, impide ver el trasfondo de la problemática, el contexto social y económico, e incluso la real trascendencia de los hechos. No olvidemos que la matanza de la Escuela Santa María surge como tema de estudio y debate sólo a partir del apogeo de la historiografía marxista, con un fin meramente instrumental, y exaltando más el número de muertos que las ideas involucradas. Ha contribuido a exacerbar el mito la difusión de emblemáticos cantos populares y novelas de rápida lectura, capaces de impactar la sensibilidad de aquellas personas y grupos carentes hoy de identidad propia, necesitados de símbolos a los cuales asirse. Conocido ya, con certeza, que el número de víctimas fue bastante menor al señalado por los apologistas del movimiento, vale la pena preguntarse si el impacto de aquel hecho hubiese sido igual, de no haberse falseado el número de caídos.
Por lo mismo, resulta alarmante comprobar que, comenzado el año del centenario de los sucesos, comiencen desde ya ha anunciarse todo tipo de actividades conmemorativas bajo un marcado sesgo político, impulsadas por historiadores e intelectuales de variadas tendencias. Ciertamente el rol de quien investiga la historia de forma sistemática y seria, dista mucho del mero oficio del cuentista que, al llenar de flores negras un territorio donde no las hay, busca en convertirse en panfletario y guía redentor de ideas que jamás cuajaron del todo en el sentir colectivo, más allá de los afanes ególatras individuales.
"Movimiento social…" es una muy buena investigación histórica y, por ello, un saludable ejercicio de superación de las falsificaciones que abundarán el año en curso.

Carlos Donoso Rojas
Universidad Andrés Bello

martes, 28 de agosto de 2007

Reseña: "Vuelo de Mariposa..."

"Vuelo de Mariposa. Una historia de amor en el MIR"
Eva Palominos Rojas
Ediciones Escaparate, Concepción, 2007.


Ayer estuve en el lanzamiento de "Vuelo de Mariposa. Una historia de amor en el MIR", de Eva Palominos Rojas. Conocí a Eva en París el 2005, pero ya éramos amigas virtuales desde que ella supo que yo estaba escribiendo sobre su hermano Luis Jaime, uno los 119 desaparecidos en la Operación Colombo.
Hoy es el aniversario de la fundación del MIR (15 de agosto de 1965). El MIR de los 70 que mujeres como la autora de esa obra, ex presa política o yo misma conocimos, ya no existe como tal. Pero lo extraordinario es que está presente de una y mil maneras en el Chile de hoy. Y no me refiero a las orgánicas que tienen hoy esa denominación sino a algo que es como una suerte de "desierto florido" en que las flores son peculiares y aparecen de pronto, sin aviso, no están siempre, pero surgen como de la nada para maravillarnos, para asombrarnos y alentarnos. Por ejemplo, son flores de justicia, como las primeras condenas a Contreras y sus secuaces, que fueron por la desaparición de nuestros compañeros,y se lograron por la lucha y valentía de sus familiares y de los ex presos políticos miristas. Y los procesos siguen, y vuelven también los acallados nombres de nuestros compañeros para encerrar ahora la voz y el cuerpo de sus torturadores. El desierto florido surge también en esos encuentros con iniciativas sociales, ambientales, de terapias alternativas, culturales o de la memoria en que a poco andar descubro que entre los impulsores están ex miristas o hijos/hijas de ex miristas...
Cuando volví a Chile el 93 después de seis años de exilio argentino, parecía que a nadie le importaba nada lo que había ocurrido del 73 en adelante y el olvido era la regla. Nadie preguntaba nada acerca de qué habíamos hecho en dictadura y algunos en mi familia preferían creer/decir que yo había vivido desde el golpe en el exilio. La lucha y la vida clandestina no eran tema para la inmensa mayoría de los chilenos.
Yo comencé a vivir por primera vez en una casa estable y a hacer un jardín en el patio, en que nunca había habido nada. Me costó mucho y creo fue parte importante de la terapia: sacar las piedras... y luego ponerlas, porque después aprendí que también había que dejar piedras. Respetar algunas plantas silvestres que eran las propias del lugar -porque igual volvían a aparecer - y buscar otras que se adaptaran a ese espacio. Y me fui dando cuenta lo lento que era el proceso de preparar la tierra y esperar que creciera y floreciera lo sembrado. Hoy tenemos una patagua y un maitén ya de tamaño respetable, y un canelo, cierto que un poco desarraigado.
Pienso que con la memoria del MIR sucede algo parecido. Lo que hicieron nuestros compañeros del MIR está todavía en su mayor parte enterrado como semilla en esta tierra pedregosa que es Chile y en su inconsciente colectivo. En Argentina en un solo año se puede cosechar tres veces, por la humedad, por el tipo de tierra, en fin. Aquí no. Pasarán los años, muchos años, y otras generaciones serán las que puedan valorar el aporte del MIR a la construcción de esta sociedad, y la historia de amor del MIR con Chile que escribió Eva Palominos echando mano a su historia personal, pero también usándola como una metáfora de lo que vivimos colectivamente.
No sé por qué tituló así a su libro, que aún estoy leyendo, pero sí me acuerdo de la frase sobre la mariposa y lo que puede pasar si una sola mariposa es aniquilada y se rompe la cadena de los acontecimientos más allá de los mares y los territorios, porque todo tiene que ver con todo. (Encontré la cita: The fluttering of a butterfly's wings can effect climate changes on the other side of the planet. ~Paul Erlich. El vuelo de las alas de una mariposa puede generar cambios climáticos al otro lado del planeta.)
Me identifico con ese título y con ese nombre, más allà de que en la obra haya otras interpretaciones que no comparta totalmente.
Hoy encontré en un periódico electrónico del sur www.tiroalblanco.cl, un sorprendente artículo del cientista social Marco Silva -a quien no conozco- sobre los 42 años del MIR. Y copio un párrafo ad hoc:
"El mirismo se ha fragmentado como una granada incrustada en la realidad nacional, penetrando el tejido en distintos formatos y realidades. Nadie puede desconocer que pese a las contingencias y los tiempos, proyecta una continuidad histórica desde una memoria social que lo reclama..."
Este sábado en SANFIC 2007 Festival de Cine Documental (Cine Hoyts) se estrena "Calle Santa Fe", la película de Carmen Castillo que también habla desde el amor. El viernes, no sé en qué horario, se estrena "Alamar", de Macarena Aguiló, sobre la vida en Cuba de los hijos e hijas de compañeros del retorno MIR a Chile, acogidos por la revolución cubana y criados por "padres sociales" en una experiencia inédita y compleja de la cual ella (hija de Hernán Aguiló, ex dirigente del MIR y de Margarita Marchi) fue protagonista.


memoriamir.cl

Lucia Sepulveda, periodista.




agosto 2007

Reseña: "Mujeres en Rojo y Negro..."

"Mujeres en Rojo y Negro, reconstrucción de la memoria de tres mujeres miristas".
Tamara Vidaurrazaga A.
Ediciones Escaparate, Concepción, 2007.

Soledad, Arinda y Cristina.
Ellas son las tres protagonistas de un libro de reciente aparición en Chile. Mujeres militando en dictadura que en la clandestinidad son hechas prisioneras. Mujeres que luego de salir al exilio han retornado de éste con preparación militar mediante, para contribuir de manera más significativa al desgaste y derrocamiento de la dictadura. Sólo hasta ahí, ya resulta significativo leer esta historia. Pero eso no es todo.
Este ejercicio de reconstrucción histórica, de ejercicio de la memoria desde los rincones de ésta, trae aparejado una intersección singular: feminismo y militancia política revolucionaria. Visiones críticas a la relación establecida en las casas, los campamentos de instrucción, las células de militancia y en la organización en su conjunto: el MIR. Así emerge el perfil de “un machismo militante”, pero no por ello menos cuestionable desde los testimonios de estas tres sobrevivientes, junto a incipientes y aislados atisbos de reivindicar la “cuestión de la mujer”. Discusión de fondo que para algunos obvia contextos y para otras no hace sino visualizar lo oculto, luego de la radicalidad de los riesgos y costos de ese entonces. La discusión está abierta. El relato se construye desde el testimonio y este desde la oralidad de una madre y de las amigas-compañeras a la hija-autora que pregunta y registra con la certeza de haberlo vivido y también desde la libertad de un arsenal teórico renovado. Hasta allí, toda una cadena de postas generacionales y de genero para “tejer estas historias” como se reitero en la presentación del texto “Mujeres en Rojo y Negro” Reconstrucción de la memoria de tres mujeres miristas 1971-1990 de Ediciones Escaparate, lanzado el 27 de diciembre en Santiago, ante más de un centenar de acalorados asistentes en el Museo Benjamín Vicuña Mackenna de la capital. Entre el publico: ex- prisioneras de los campos de concentración de Tres Álamos y Pirque, exiliados de paso, historiadores de la cuantía del Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar, representantes de movimientos de los derechos humanos, colectivos feministas, familiares y amigos, todos allí reunidos para escuchar, reencontrarse y compartir un vino tinto y si están los pesos, llevarse este libro de 476 páginas hasta con dedicatoria de la novel autora. En el ambiente hay mezcla de nostalgia, pero también de estar participando de un nuevo aporte a la memoria histórica de Chile, tarea del Bicentenario para todos quienes voluntariamente quieran y queramos asumirla. La tarde del lanzamiento la sala estará abarrotada de invitados e invitadas. La temperatura aumentará aún más con las presentaciones de Gladys Díaz, Margarita Iglesias, Lucia Sepúlveda y Cristina Chacaltana. Todas militantes miristas de la época relatada que frente a la autora Tamara Vidaurrázaga Aránguiz valoraron su esfuerzo por conseguir que ésta, una tesis de magíster en estudios de género, fuera a la vez un cuidado ejercicio de reivindicación histórica, sobrepasando a las nombradas y trayendo a la memoria toda una caracterización para perfilar la militancia clandestina, la sobrevivencia en los campos de concentración y las cárceles de Pinochet de centenares y miles de mujeres. Tras los rostros de Soledad, Arinda y Cristina están los de María Isabel Joüi estudiante de Sociología detenida-desaparecida amiga de Soledad.De Paulina Aguirre secuestrada y ejecutada. De Michelle Peña y el de Marta Ugarte, detenida-desaparecida cuyos restos al retornar a las playas del litoral central delataron procedimientos y autorías. Muchos rostros de mujeres peleando a peñascazos la libertad de los hijos o parando ollas comunes frente al hambre. Mujeres con fotos alfileradas en sus pechos o haciendo colas en las cárceles. Mujeres desde la cultura y el arte. Demasiadas mujeres con historias heroicas y cotidianas, singulares y memorables. ¿Cómo fue posible que estas mujeres-militantes se separaran de sus hijas e hijos y partieran a escuelas militares para ingresar clandestinamente a Chile arriesgando ser torturadas o muertas? Esas y muchas preguntas de “la normalidad” flotaron en el ambiente de la presentación de esta obra. ¿Cómo fue posible que “nuestros bravos valientes..” torturaran a mujeres maniatadas? Alguno de ellos ¿vestirá todavía el uniforme? ¿Cómo fue posible que estas mujeres se repitieran la tortura en dos momentos distintos, en menos de diez años, para luego seguir cantando “gracias a la vida”? ¿Cómo explicar que los balances de hoy incluso se extiendan a las actitudes más culturales y subjetivas de sus protagonistas, otrora envueltos solo en el ámbito de lo publico y heroico? Desde las tesis universitarias parece que se dibuja una tendencia no despreciable de trabajos de sistematización histórica. Trabajos que no temen construirse desde el atrevimiento y asalto al dogma de la objetividad, al escribirse desde la inmediatez de una hija que interroga a su madre, para reconstruir relatos en los que ha sido parte activa y testimonial. Trabajos que no trepidan en interceptar vectores del ayer y del hoy, amalgamando respuestas, dudas y preguntas cargadas de futuro. En la presentación realizada en ese gélido museo y bajo los atentos mostachos blancos de Don Benjamín, se afirmó que este texto pese a lo dramático de muchos de los momentos y situaciones vivenciadas era ajeno a la victimización. Dato no menor, cuando en la estrategia de la amnesia, la condición de víctima pareciera ser lo máximo factible de conceder a quienes integraron proyectos de militancia revolucionaria, táctica fina y elegante de neutralizar a perpetuidad. La amnesia oficial, parece que supone el olvido de esas otras historias que pasan a un lugar subalterno al quedar constreñidas a los chascarros de convivencias y bitácoras de vida, a los asados y las copeteadas de madrugada. En Chile, todavía hay miles de historias de múltiples autores que envejecen y comienzan a olvidar, cuando no a morir. Para “las generaciones vencidas” la peor derrota es la no documentada, porque no tiene lecciones ni posibilidad de segundas lecturas y menos de nuevas interpretaciones. O más aún, no hay peor derrota que la ignorancia que alguna vez ocurrieron sucesos aparentemente increíbles para los “ojos normales” y que en su tiempo y circunstancia fueron la cotidianeidad de otras personas normales que no hicieron nada más que empinarse sobre sus propios zapatos. Los testimonios reunidos en esta tesis y recuento histórico respiran conversaciones de fogón. Muchas hojas de calendario tras mejores tiempos, y por cambiar lo existente. Me tinca que la apuesta de la autora es que la memoria sea la primera y más inmediata reparación para cientos de miles de personas muertas y vivas. En la batalla de Tamara a favor de la memoria, este texto parece llamado a ser un aporte en ámbitos hasta ahora inexistentes y desconocidos de esa otra historia. Que todas las energías y dioses lo posibiliten…
P.D. No puedo soslayar que este texto no es objetivo, ni menos pretende "distancia crítica" alguna, Tamara es la mayor de mis hijas.
El Mostrador.cl
El Clarin.cl
Ignacio Vidaurrazaga, periodista.